martes, 28 de febrero de 2023

El Golem y otras palabritas

 Somos todos hermanos en la medida en que todos somos hijos de lenguaje. 

  J. Lacan

 


En una juderia de Praga el ilustre rabino Judah Lew moldea con arcilla una criatura para que realice las labores difíciles de la sinagoga, en otras versiones la crea para que defienda a su pueblo de agresiones por falsas acusaciones. Mediante ritos cabalísticos el rabino  le coloca un papel entre los labios con las letras del nombre de Dios y su creación  toma vida, en su frente le pone otro papel con el nombre Golem que significaría algo así como autómata o con la palabra 'Emet', verdad en hebreo.

El Golem ha sido inspiracion de novelas, cuentos, películas y poemas. Uno de los más famosos poemas es el escrito por Borges en el que termina preguntándose cómo verá Dios al rabino cuando esté observa al Golem: ¿El rabino ve al Golem cómo Dios al hombre que resulta incapaz de entender su lenguaje y con ello comprender para que fue creado?

El personaje de Borges lleva inevitablemente a establecer comparaciones con  Frankenstein de Mary Shelley, ese monstruo creado con partes de cadáveres llamado a la vida con una fuerte descarga eléctrica y que se va humanizando a medida que se apropia del lenguaje y lo hace menos autómata que el Golem ya que logra articular la pregunta "¿Quien soy yo?" a un creador incapaz de responderle.  O preguntarse a sí mismo " ¿Era, pues yo verdaderamente un monstruo, una mancha sobre la tierra, de la que todos huían y a la que todos rechazaban?" 

Paralelismos que ofrece la literatura y que nos llevan a percibir los personajes como personas y buscar o encontrar en ellos que fueron creados a nuestra monstruosa, imagen y semejanza.

Lectura en voz



El Golem

Jorge Luis Borges

El otro, el mismo 1964


Si (como afirma el griego en el Cratilo*)

el nombre es arquetipo de la cosa

en las letras de “rosa” está la rosa

y todo el Nilo en la palabra “Nilo”.

 

Y, hecho de consonantes y vocales,

habrá un terrible Nombre, que la esencia

cifre de Dios y que la Omnipotencia

guarde en letras y sílabas cabales.

 

Adán y las estrellas lo supieron

en el Jardín. La herrumbre del pecado

(dicen los cabalistas) lo ha borrado

y las generaciones lo perdieron.

 

Los artificios y el candor del hombre

no tienen fin. Sabemos que hubo un día

en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre

en las vigilias de la judería.

 

No a la manera de otras que una vaga

sombra insinúan en la vaga historia,

aún está verde y viva la memoria

de Judá León, que era rabino en Praga.

 

Sediento de saber lo que Dios sabe,

Judá León se dio a permutaciones

de letras y a complejas variaciones

y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

 

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,

sobre un muñeco que con torpes manos

labró, para enseñarle los arcanos

de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

 

El simulacro alzó los soñolientos

párpados y vio formas y colores

que no entendió, perdidos en rumores

y ensayó temerosos movimientos.

 

Gradualmente se vio (como nosotros)

aprisionado en esta red sonora

de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,

Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

 

(El cabalista que ofició de numen

a la vasta criatura apodó Golem;

estas verdades las refiere Scholem

en un docto lugar de su volumen.)

 

El rabí le explicaba el universo

“esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.”

y logró, al cabo de años, que el perverso

barriera bien o mal la sinagoga.

 

Tal vez hubo un error en la grafía

o en la articulación del Sacro Nombre;

a pesar de tan alta hechicería,

no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

 

Sus ojos, menos de hombre que de perro

y harto menos de perro que de cosa,

seguían al rabí por la dudosa

penumbra de las piezas del encierro.

 

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,

ya que a su paso el gato del rabino

se escondía. (Ese gato no está en Scholem

pero, a través del tiempo, lo adivino.)

 

Elevando a su Dios manos filiales,

las devociones de su Dios copiaba

o, estúpido y sonriente, se ahuecaba

en cóncavas zalemas orientales.

 

El rabí lo miraba con ternura

y con algún horror. “¿Cómo” (se dijo)

“pude engendrar este penoso hijo

y la inacción dejé, que es la cordura?”

 

“¿Por qué di en agregar a la infinita

serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana

madeja que en lo eterno se devana,

di otra causa, otro efecto y otra cuita?”

 

En la hora de angustia y de luz vaga,

en su Golem los ojos detenía.

¿Quién nos dirá las cosas que sentía

Dios, al mirar a su rabino en Praga?

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